6 sept 2009

La morada de los dioses



Uno de los hechos más controvertidos y explotados de la historia extremeña, tiene que ver con el papel de los llamados conquistadores o descubridores de América. De entrada el término conquistar no es uno de mis favoritos, y menos si se emplea como sinónimo de sometimiento. Cuando me refiero a la llegada de los europeos a América, prefiero incidir en el encuentro entre dos culturas que ya existían, entre dos civilizaciones paralelas que se cruzan y se conocen, a menudo de manera traumática. Y por eso tampoco me gusta hablar de descubridores, porque para que algo se pueda descubrir tiene que haber estado oculto y América era desconocida para los europeos, pero no estaba oculta.

Yo más bien me imaginé a aquellos hombres como una mezcla de aventureros desesperados y temerarios, que buscaban la manera de escapar de la pobreza. Tenía en mi mente el poema de Borges:


Cabrera y Carvajal fueron mis nombres.
He apurado la copa hasta las heces.
He muerto y he vivido muchas veces.
Yo soy el Arquetipo. Ellos, los hombres.
De la Cruz y de España fui el errante
Soldado. Por las nunca holladas tierras
De un continente infiel encendí guerras.
En el duro Brasil fui el bandeirante.
Ni Cristo ni mi Rey ni el oro rojo
Fueron el acicate del arrojo
Que puso miedo en la pagana gente.
De mis trabajos fue razón la hermosa
Espada y la contienda procelosa.
No importa lo demás. Yo fui valiente.

Y aquel “Yo fue valiente” era el reverso de cada estatua, de cada imagen que veía de ellos.

No deja de ser sorprendente que de una región como la extremeña, porcentualmente no muy poblada, surgieran esa gran cantidad de personas que capitanearon aquellas empresas, algunos historiadores hablan de 30.000 el número de los extremeños que “emigraron” a América. Imaginemos lo que debía suponer para ellos, habituados al paisaje y al clima de Extremadura, que nunca había visto el mar y apenas se sostenían en el agua, embarcarse en semejante travesía (que duraba entre uno y dos meses) y abordar una tierra a menudo inhóspita y salvaje. Creo que, en ese sentido, tuvieron la fortuna histórica de protagonizar unos hechos que serían irrepetibles en el tiempo.


Otra reflexión que me hacía durante el proceso de documentación, tenía que ver con las riquezas que aquellos hombres, los que sobrevivieron, reportaron a la corona castellana. Un inmenso patrimonio que a menudo sirvió para financiar guerras y vasallajes y del que Extremadura obtuvo escaso rédito. No se conquistó en nombre de Extremadura, sino de Castilla, algo que era lógico, pero que daría para más de un argumento de reivindicación de lo que se ha llamado “deuda histórica” si alguna vez los extremeños quisiéramos reivindicar algo.

También sé que para muchos historiadores el concepto de Extremadura como entidad geográfica claramente delimitada, no surge hasta mediados del siglo XVII, cuando se crea jurídicamente el nombre de la provincia de Extremadura, hasta ese momento, formalmente se trata de una extensión de los reinos de Castilla y de León. Pero también es cierto que, con anterioridad, existen muchas referencias históricas al territorio de Extremadura como una zona limítrofe y fronteriza diferenciada, a camino entre los reinos de Castilla, León y la provincia de Andalucía. Es famosa la distribución que realiza en 1548 el historiador Pedro de Medina, en su “Libro de las grandezas y cosas memorables de España” en donde hace referencia a la Provincia de Extremadura como una realidad geográfica bien definida. Si deseas conocer algo más sobre las regiones históricas y su articulación política en la Corona de Castilla durante la Baja Edad Media, puedes leer el siguiente estudio realizado por Miguel Ángel Ladero Quesada, pulsando aquí.

Cuando me planteé hablar de este periodo de tiempo, tenía claro que el lugar a donde Lucas debía acudir no podía ser otro que Trujillo. Trujillo, la milenaria ciudad encrucijada de caminos, la Turgalium romana, la Taryala árabe, la Truxiello medieval. Trujillo fue ciudad mucho antes que Cáceres, elevada sobre sus riscos graníticos su inconfundible perfil, en el que destacan las murallas y la alcazaba árabe, se alza al visitante que recorre las carreteras que lo circulan, como un imán que atrae la vista y la imaginación.



Ese es el perfil que Lucas divisa a duras penas, entretenido en su particular batalla con la lluvia y el viento. La morada de donde surgían buena parte de aquellos dioses que confundían la mente de los indios.


En mi relato quería mostrar tres visiones distintas de la “conquista de América”. En primer lugar la del aventurero que, seguro de si mismo, no duda en embarcarse hacia lo desconocido. Alonso Pacheco figura en una relación documental de personas que se alistaron en Trujillo con destino a Nueva España. Yo le puse rostro y figura a esa breve reseña y lo imaginé acudiendo a caballo desde Almendralejo, buscando cambiar su suerte, con la euforia del que presiente que la llegada de la fortuna se acerca, del que se deja embaucar por los relatos fantasiosos de maravillas, mujeres hermosas y riquezas sin fin. Aquellos hombres que abandonaban sus monturas y encaminaban sus pasos hacia la Casa de Alistamiento (probablemente en el actual Palacio de Juan Pizarro de Orellana, regentado ahora por la Congregación Hijas de la Virgen de los Dolores), debieron encontrarse con una ciudad efervescente, en plena expansión, en la que algunas de las familias favorecidas por la plata americana, elevaban sus palacios majestuosos en los alrededores de la Plaza Mayor. Todo ello empujaría aún más el espíritu de aquellos jóvenes, anhelantes de un futuro que se les negaba si se quedaban en Extremadura.





Pero Lucas también se topa con una segunda visión: la del aventurero que ha regresado de América y que va cargado de recuerdos, como una pesada maleta en la que tiene cabida a partes iguales: la gloria, el dolor, la heroicidad y la tristeza. Hay cientos de biografías que relatan la vida de aquellos hombres: Pizarro, Hernán Cortés, Orellana… Muchos regresarían ricos y célebres, triunfadores de aquella ruleta de la que se beneficiarían sus hijos y los hijos de sus hijos. Otros dejarían sus huesos para siempre en aquellas tierras y algunos regresarían con el alma vacía. En el propio capítulo se detallan las penalidades del viejo aventurero, embarcado junto a Orellana (que tenía 31 años) en un viaje a través de un río inundado de peligros. Sin querer se adentraron en aquellas aguas, sin querer avanzaron por el río más grande del mundo, casi se puede decir que descubrieron el Río Amazonas, mientras huían de la muerte. Esa visión desgarradora de quien perdió a sus amigos, de quien disfrutó de paisajes maravillosos mientras miraba cara a cara a la muerte, de quien vivió en aquellos, tan intensamente, que se diría que vivió varias vidas. Ese hombre, que viene ya de vuelta, es el que conversa con Lucas en aquella taberna trujillana.


La última visión, la más controvertida, es la que tiene que ver con la forma en que los habitantes indígenas de América veían a los españoles. Seres enigmáticos, barbudos, vestidos con latas, usando armas extrañas que arrojaban bolas de fuego que mataban y montados en seres desconocidos y veloces. No es de extrañar el efecto demoledor que provocaba semejante visión en aquellas gentes. Los españoles eran pocos, pero su presencia causó estragos en la población indígena. Aquellos hombres se adueñaron de tierras que no les pertenecían, de riquezas que no eran suyas, impusieron leyes, costumbres, idiomas y sobre todo creencias ajenas a los habitantes de América, convirtiendo en esclavos a buena parte de la población.


Muchos dicen que no hay conquista sin sufrimiento, otros dicen que el dolor causado era inevitable. No lo se. Yo creo que Lucas, a esas alturas ya sabía que el ansia de poder es un arma devastadora y que aquellos tipos que conoció en la ciudad Trujillo huían para ser ricos, y en su huida el deseo fue transformando sus espíritus en una mezcla de valentía, barbarie y temeridad.

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