27 sept 2009

En brazos de la miseria



La decadencia de Extremadura fue un proceso lento e inexorable. El Honrado Concejo de la Mesta de Pastores, popularmente conocido como “La Mesta”, era una organización muy poderosa de ganaderos, creada en tiempos de Alfonso X, El Sabio, y cuyo objetivo era proteger extensos territorios de la explotación agrícola o forestal para destinarlos al pastoreo y la alimentación del ganado. Para ello a la Mesta se les dota de tales privilegios, que convierten a territorios como el extremeño, en un inmenso corral destinado a albergar los ganados provenientes de la trashumancia y sólo durante algunos meses del año. Era como un gran corral en donde pasar el invierno. En la imagen podéis ver como buena parte de las principales cañadas reales, terminaban desembocando en los campos extremeños.



La mesta defendía sus territorios, y era muy estricta en cuanto a lo que se podía y no se podía hacer en él. Tanto la agricultura como la reforestación salían muy perjudicadas en ese trato. Los campos apenas se labraban o eran sometidos a barbechos de más de 5 años, se provocaban numerosos incendios con el único objetivo de generar nuevos pastos. A la Mesta le convenían lo terrenos amplios, con pasto abundante y por donde el ganado pudiera deambular sin excesivos problemas orográficos. El resultado fue que las tierras resultaban poco aprovechables por la población autóctona que era escasa, pobre y mal instruida.

Algunos viajeros ingleses que recorrieron Extremadura a mediados del siglo XIX hablaban de nuestra tierra como un territorio despoblado, en donde podías recorrer a caballo varios días sin ver a una sola persona, o a lo sumo algún peligroso bandolero.

El poder de la Mesta se fue debilitando en toda España, hasta desaparecer en 1836.

Las Órdenes Militares tuvieron también mucha importancia en el desarrollo de nuestra historia. En Extremadura surgieron dos poderosas órdenes militares: La de Alcántara, que fue creada en 1156 con el fin de defender el puente sobre el río Tajo, y la de Santiago, fundada en 1171 para proteger la ciudad reconquistada de Cáceres. Estas órdenes, que tuvieron un papel preponderante en la reconquista, acapararon amplios territorios, que unidos a aquellos que eran propiedad de la Iglesia, o heredados por nobles de más o menos abolengo, daban como resultado que buena parte del territorio que no estaba sujeto al dominio de la Mesta, estuviera en mano de los Maestres de las órdenes militares, que lo dedicaban, ni siquiera al pastoreo, sino simplemente a la caza.

Los motivos de nuestra decadencia, en mi opinión, no se deben a la escasez de recursos económicos, sino a la forma en la que éstos han sido explotados, y a un reparto de tierras que sólo benefició a un minoritario sector de la población. Por eso la revolución industrial no pasó por Extremadura, no había industria, ni mano de obra preparada para llevarla a cabo. Los labradores trabajaban poco tiempo y con tan escaso salario, que casi era preferible la mendicidad. Este problema ha perdurado hasta hace bien poco, modelando nuestro carácter, volviéndonos un pueblo poco reivindicativo y con escaso empuje empresarial, obligado muchas veces a emigrar para poder escapar de una realidad asfixiante.

Yo quería que Lucas tuviera conocimiento de esa realidad. Que viviera de cerca la existencia del latifundio. Saber que nuestra región pasó por momentos de esplendor, pero también de miseria. Nadie que hable de nuestra Historia, puede pasar por alto estas circunstancias.

La literatura y el cine, se han ocupado a menudo en reflejar este tema, libros como Jarrapellejos del extremeño Felipe Trigo, o Los Santos Inocentes, de Miguel Delibes, fueron llevados al cine, con gran éxito. La figura del cacique o el señorito, sobrevuela de manera terrible por cada una de ellas.


En otras ocasiones la orografía, el aislamiento, la pobreza extrema han llamado también la atención del cine, con documentales sobrecogedores como el que realizó Luis Buñuel, en la zona de las Hurdes, en 1933 y que llamó “Tierra sin pan”. Está demostrado que algunas de las imágenes que aparecen en él fueron forzadas para aumentar el dramatismo, aún así refleja un paisaje humano desolador. No es un documental que me guste, ¿a quién le puede gustar ver semejante sufrimiento? Por eso he decidido no enlazarlo directamente desde aquí, pero si tienes interés en verlo, puedes encontrarlo fácilmente en Internet.

Cuando uno termina de ver o de leer estos documentos, no deja de hacerse una pregunta: ¿hasta qué punto la realidad fue tan terrible?

El encuentro de Lucas Ventura con la miseria se inicia de la manera más simple. Lucas no prevé que aquel cortijo en el que aparece pueda resultarle peligroso. Al fin y al cabo viene de presenciar una de las más sangrientas batallas que se han producido. No imagina que la mezcla de la miseria, el latifundio y el paludismo, le dejarán a merced de la propia muerte.

Yo creo que muchos de nosotros hemos conocido en alguna ocasión a personajes como Don Paco, que no es ni siquiera el cacique, sino el esbirro del cacique, aquel que controla cada encina, para que no se mueva una sola hoja sin saberlo. Tampoco nos resultará difícil imaginar la figura del padre de Armindo, ese hombre amansado y gris, medio esclavizado, que acude a la taberna para no pensar en su propia condición. Pero la figura de Armindo, ésa, es fundamental. Son ese tipo de personas las que consiguen que nuestra sociedad avance, aquellas que se plantan y piensan que otro mundo es posible. Armindo anhela romper sus cadenas, el gesto de rebeldía de Lucas es la excusa para planear su fuga. No es posible luchar desde dentro, el enemigo es demasiado poderoso, pero emigrará, buscará su propio futuro y cuando pueda, cuando prospere, cuando consiga mirar a la cara a los que le obligaron a marchar, entonces volverá a su tierra y luchará por ella.

19 sept 2009

Un billete para dos



El suceso sobre el que gira este capítulo es, que duda cabe, la Batalla de la Albuera. Un acontecimiento no suficientemente conocido por muchos extremeños, pero que es un claro ejemplo de la compleja situación política que vivía España, y por tanto Extremadura, a principios del siglo XIX. En pocos más de 15 años, los que transcurren desde la revolución francesa hasta nuestra Guerra de la Independencia, España se convierte en aliado francés en su guerra contra los ingleses y no duda en invadir Portugal (1801) a requerimiento de Napoleón (el objetivo era menoscabar el uso de los puertos portugueses por los navíos británicos). Posteriormente sufre la derrota de su flota naval en la batalla de Trafalgar (1805) y a la postre es traicionado por los franceses que invaden nuestro país dando lugar a la lucha por nuestra Independencia (1808-1814).

El afrencesamiento de nuestros dirigentes (comandados por el pacense, Manuel Godoy), dio como resultado un conjunto de lamentables actuaciones que comienzan con la invasión de Portugal y el desencadenamiento de la conocida como “Guerra de las Naranjas” (recibe este nombre debido al ramo de naranjas que Godoy envió a la reina española María Luisa de Parma, cuando sitiaba la ciudad de Elvas). Napoleón, en guerra con Inglaterra, conmina a los portugueses, tradicionales aliados de los británicos, a que rompa sus alianzas y cierren sus puertos a los barcos ingleses. Lógicamente Portugal no acepta la amenaza y Napoleón incita a que España declare la guerra a Portugal si continuaba prestando apoyo a Inglaterra. La invasión se produce en el mes de mayo de 1801, las operaciones no duran más allá de 18 días, en los que se ocupan localidades como Elvas, Castelo de Vide, Portalegre, Olivenza… los portugueses no muestran resistencia y las escaramuzas finalizan con la firma del Tratado de Badajoz, por el que España devuelve los territorios conquistados a los portugueses, salvo Olivenza y la localidad de Vila Real, pasando el río Guadiana a ser la frontera real entre los dos países.

Este conflicto todavía esta presente en el espíritu de muchos portugueses, que siguen reclamando sus derechos sobre ese territorio. No se reconoce la soberanía española y prueba de ello es que faltan por colocar 100 balizas en la delimitación fronteriza entre los dos estados ibéricos. Para agravar más el resquemor en el Tratado de Viena de 1815 España se comprometió a devolver el territorio ocupado de Olivenza a Portugal. Claro, que eso entraría en contradicción con lo establecido en el mencionado Tratado de Badajoz, que indicaba lo contrario. En fin, un conflicto con el que los dos países han aprendido a convivir.

Es famosa la estrofa de la canción folclórica extremeña “El candil”, en el que se dice que las muchachas de Olivenza no son como las demás, porque son hijas de España y nietas de Portugal”.

Cuando Lucas llega a Olivenza se encuentra con una villa destrozada. En apenas seis meses Olivenza ha sido asediada indistintamente por ejércitos franceses, portugueses e ingleses. El 11 de Enero, el mariscal francés Soult (en la imagen inferior), que dirigiría posteriormente las tropas francesas en La Albuera, cerca las murallas de Olivenza con más de 8000 hombres. Curiosamente en la propia villa se encuentran, de manera provisional, un buen número de soldados españoles (alrededor de 3500) que plantan cara al asedio francés. Tras doce días de duros combates los españoles se rinden incondicionalmente y son hechos prisioneros, mientras que un grupo de 400 franceses se quedan guardando y reparando las defensas de Olivenza.



Pero sólo tres meses después la villa vuelve a ser asediada, esta vez por un ejército mixto formado por tropas portuguesas e inglesas (8600 hombres) y comandadas por el general Beresford (que dirigiría el ejército aliado en la batalla de la Albuera). Una semana más tarde los franceses capitularon y los ingleses izaron la bandera española en el castillo de Olivenza, no la portuguesa, con gran disgusto de éstos.

Estos continuos asedios eran habituales en aquellos años. Los pueblos que no los sufrían directamente, debían destinar buena parte de sus ingresos a sufragar los gastos de la guerra. Había ciudades, no obstante, que se llevaron la palma sufriendo terribles y continuados asedios de uno y otro bando, como es el caso de Badajoz.

Cualquier persona comprenderá entonces que la situación de la población nativa, sometida a los vaivenes de uno y otro bando, era desesperada. Los ajustes de cuentas, las traiciones y los recelos, estarían a la orden del día. También debía resultar paradójico el batiburrillo de lenguas que se pasearían en aquellos días por las calles de Olivenza: español, portugués, francés, inglés…

Concerté una cita por teléfono con la oficina de turismo de Olivenza, les expuse el motivo de la visita que haría unos días después y, amablemente, pusieron a mi disposición información y material bibliográfico del periodo sobre el que quería documentarme, aprovecho estas líneas para agradecer la colaboración prestada en este punto por Servando Rodríguez. Visitamos Olivenza un sábado frío de Enero, ascendimos al Castillo que sirvió de cárcel durante los asedios, contemplamos la visión de los alrededores, imaginando la terrible imagen de los ejércitos de uno y otro bando aproximándose en el horizonte. Vimos los edificios que en otro tiempo alojaron los regimientos de los soldados y recorrimos las magníficas murallas que hubieron de soportar semejantes bombardeos. Olivenza es hoy una perla llena de vida e historia, que bien merece ser visitada.

Tras la comida, recorrimos los treinta kilómetros que separan Olivenza y La Albuera. Esa sería la primera de las tres visitas que realicé a esta localidad, la más importante. Para entonces ya había conforntado mucha información sobre la batalla, y tenía una idea clara de lo que quería que pasara. Ya sabía que Lucas acudiría acompañado de un amigo y sabía además que debían buscar a un personaje clave, el Alferez James Hay.

Aquel Alférez, del 66 regimiento, fue atravesado por una lanza y no obstante siguió combatiendo, más tarde fue atravesado por una segunda lanza y aún así se mantuvo con vida, al anochecer fue encontrado sentado en el campo de batalla, con el suficiente ánimo como para restarle importancia a sus heridas. Sorprendentemente, sobrevivió a la batalla.




Tras recorrer las calles solitarias del pueblo, nos adentramos en los escenarios de la tragedia. Para mí fueron unas horas cargadas de emoción: sentir que caminaba por aquellos campos, contemplar aquel paisaje, oler aquella tierra y estremecerme. La magia de la literatura me concedía la inmensa suerte de poder revivir la historia. Sentía que Lucas Ventura se paseaba como una nube más por aquellos campos y que yo era como un escultor privilegiado, con la capacidad de introducir a mi personaje en pleno epicentro de la batalla.

- Por aquí ha de subir. Hacía aquella colina se dirigirá. Junto a ese arroyo pasará la noche…

Traté de ser fiel al relato del combate. Sabía que introducir a Lucas y a Pablito en la división de Zayas, que sufrió de lleno las acometidas francesas, era un riesgo, porque cualquier descripción podía resultar demasiado tétrica, cruel o sanguinaria, teniendo en cuenta el excesivo número de bajas que precisamente en ese batallón se producirían.

Como en otros capítulos, todas las referencias explícitas a personas y lugares que aparecen en la novela, están documentados y de alguna u otra forma participaron en aquella trágica jornada.

Me fue muy útil el libro de Juan José Sañudo Bayón titulado: “La Albuera 1811, glorioso campo de sufrimiento”, en donde se hace un recorrido pormenorizado de la batalla, contado con agilidad y casi en tiempo real.

El rastro que la batalla dejó en la historia y sobre todo en las calles de La Albuera, es todavía bien visible por el turista. A la entrada del pueblo se puede contemplar el poema que Lord Byron dedicó a la batalla, el busto en recuerdo del General Castaños, el centro de interpretación, los monolitos que homenajean a algunos batallones que participaron en la lucha, las placas situadas en los miradores de la batalla…




Todos los años, durante el mes de mayo, en la Albuera se celebra la conmemoración de la batalla. Es un espectáculo formidable, en el que el turista se ve literalmente envuelto en las escaramuzas, siente el olor de la pólvora, escucha el sonido de los tambores, se mezcla con el desfile de los diferentes ejércitos y vive, al fin y al cabo, los entresijos de la batalla. Personalmente lo recomiendo a todos los lectores de mi novela.

Quisiera terminar haciendo referencia a una cita que aparece en el centro de interpretación de la Batalla, ubicado en el propio pueblo de La Albuera. Es del escritor Jesús Rincón Giménez y aparece en su libro “Días aciagos y días gloriosos de Extremadura”, dice así:

“Sabe Dios si debajo de aquellos sembrados y de las rojas manchas de las amapolas, las amarillentas calaveras de unos hombres que se mataron sin conocerse, y que en aquella inolvidable fecha sintieron los mismos crueles dolores y la misma bárbara agonía, se buscan para perdonarse el mal que se hicieron”



6 sept 2009

La morada de los dioses



Uno de los hechos más controvertidos y explotados de la historia extremeña, tiene que ver con el papel de los llamados conquistadores o descubridores de América. De entrada el término conquistar no es uno de mis favoritos, y menos si se emplea como sinónimo de sometimiento. Cuando me refiero a la llegada de los europeos a América, prefiero incidir en el encuentro entre dos culturas que ya existían, entre dos civilizaciones paralelas que se cruzan y se conocen, a menudo de manera traumática. Y por eso tampoco me gusta hablar de descubridores, porque para que algo se pueda descubrir tiene que haber estado oculto y América era desconocida para los europeos, pero no estaba oculta.

Yo más bien me imaginé a aquellos hombres como una mezcla de aventureros desesperados y temerarios, que buscaban la manera de escapar de la pobreza. Tenía en mi mente el poema de Borges:


Cabrera y Carvajal fueron mis nombres.
He apurado la copa hasta las heces.
He muerto y he vivido muchas veces.
Yo soy el Arquetipo. Ellos, los hombres.
De la Cruz y de España fui el errante
Soldado. Por las nunca holladas tierras
De un continente infiel encendí guerras.
En el duro Brasil fui el bandeirante.
Ni Cristo ni mi Rey ni el oro rojo
Fueron el acicate del arrojo
Que puso miedo en la pagana gente.
De mis trabajos fue razón la hermosa
Espada y la contienda procelosa.
No importa lo demás. Yo fui valiente.

Y aquel “Yo fue valiente” era el reverso de cada estatua, de cada imagen que veía de ellos.

No deja de ser sorprendente que de una región como la extremeña, porcentualmente no muy poblada, surgieran esa gran cantidad de personas que capitanearon aquellas empresas, algunos historiadores hablan de 30.000 el número de los extremeños que “emigraron” a América. Imaginemos lo que debía suponer para ellos, habituados al paisaje y al clima de Extremadura, que nunca había visto el mar y apenas se sostenían en el agua, embarcarse en semejante travesía (que duraba entre uno y dos meses) y abordar una tierra a menudo inhóspita y salvaje. Creo que, en ese sentido, tuvieron la fortuna histórica de protagonizar unos hechos que serían irrepetibles en el tiempo.


Otra reflexión que me hacía durante el proceso de documentación, tenía que ver con las riquezas que aquellos hombres, los que sobrevivieron, reportaron a la corona castellana. Un inmenso patrimonio que a menudo sirvió para financiar guerras y vasallajes y del que Extremadura obtuvo escaso rédito. No se conquistó en nombre de Extremadura, sino de Castilla, algo que era lógico, pero que daría para más de un argumento de reivindicación de lo que se ha llamado “deuda histórica” si alguna vez los extremeños quisiéramos reivindicar algo.

También sé que para muchos historiadores el concepto de Extremadura como entidad geográfica claramente delimitada, no surge hasta mediados del siglo XVII, cuando se crea jurídicamente el nombre de la provincia de Extremadura, hasta ese momento, formalmente se trata de una extensión de los reinos de Castilla y de León. Pero también es cierto que, con anterioridad, existen muchas referencias históricas al territorio de Extremadura como una zona limítrofe y fronteriza diferenciada, a camino entre los reinos de Castilla, León y la provincia de Andalucía. Es famosa la distribución que realiza en 1548 el historiador Pedro de Medina, en su “Libro de las grandezas y cosas memorables de España” en donde hace referencia a la Provincia de Extremadura como una realidad geográfica bien definida. Si deseas conocer algo más sobre las regiones históricas y su articulación política en la Corona de Castilla durante la Baja Edad Media, puedes leer el siguiente estudio realizado por Miguel Ángel Ladero Quesada, pulsando aquí.

Cuando me planteé hablar de este periodo de tiempo, tenía claro que el lugar a donde Lucas debía acudir no podía ser otro que Trujillo. Trujillo, la milenaria ciudad encrucijada de caminos, la Turgalium romana, la Taryala árabe, la Truxiello medieval. Trujillo fue ciudad mucho antes que Cáceres, elevada sobre sus riscos graníticos su inconfundible perfil, en el que destacan las murallas y la alcazaba árabe, se alza al visitante que recorre las carreteras que lo circulan, como un imán que atrae la vista y la imaginación.



Ese es el perfil que Lucas divisa a duras penas, entretenido en su particular batalla con la lluvia y el viento. La morada de donde surgían buena parte de aquellos dioses que confundían la mente de los indios.


En mi relato quería mostrar tres visiones distintas de la “conquista de América”. En primer lugar la del aventurero que, seguro de si mismo, no duda en embarcarse hacia lo desconocido. Alonso Pacheco figura en una relación documental de personas que se alistaron en Trujillo con destino a Nueva España. Yo le puse rostro y figura a esa breve reseña y lo imaginé acudiendo a caballo desde Almendralejo, buscando cambiar su suerte, con la euforia del que presiente que la llegada de la fortuna se acerca, del que se deja embaucar por los relatos fantasiosos de maravillas, mujeres hermosas y riquezas sin fin. Aquellos hombres que abandonaban sus monturas y encaminaban sus pasos hacia la Casa de Alistamiento (probablemente en el actual Palacio de Juan Pizarro de Orellana, regentado ahora por la Congregación Hijas de la Virgen de los Dolores), debieron encontrarse con una ciudad efervescente, en plena expansión, en la que algunas de las familias favorecidas por la plata americana, elevaban sus palacios majestuosos en los alrededores de la Plaza Mayor. Todo ello empujaría aún más el espíritu de aquellos jóvenes, anhelantes de un futuro que se les negaba si se quedaban en Extremadura.





Pero Lucas también se topa con una segunda visión: la del aventurero que ha regresado de América y que va cargado de recuerdos, como una pesada maleta en la que tiene cabida a partes iguales: la gloria, el dolor, la heroicidad y la tristeza. Hay cientos de biografías que relatan la vida de aquellos hombres: Pizarro, Hernán Cortés, Orellana… Muchos regresarían ricos y célebres, triunfadores de aquella ruleta de la que se beneficiarían sus hijos y los hijos de sus hijos. Otros dejarían sus huesos para siempre en aquellas tierras y algunos regresarían con el alma vacía. En el propio capítulo se detallan las penalidades del viejo aventurero, embarcado junto a Orellana (que tenía 31 años) en un viaje a través de un río inundado de peligros. Sin querer se adentraron en aquellas aguas, sin querer avanzaron por el río más grande del mundo, casi se puede decir que descubrieron el Río Amazonas, mientras huían de la muerte. Esa visión desgarradora de quien perdió a sus amigos, de quien disfrutó de paisajes maravillosos mientras miraba cara a cara a la muerte, de quien vivió en aquellos, tan intensamente, que se diría que vivió varias vidas. Ese hombre, que viene ya de vuelta, es el que conversa con Lucas en aquella taberna trujillana.


La última visión, la más controvertida, es la que tiene que ver con la forma en que los habitantes indígenas de América veían a los españoles. Seres enigmáticos, barbudos, vestidos con latas, usando armas extrañas que arrojaban bolas de fuego que mataban y montados en seres desconocidos y veloces. No es de extrañar el efecto demoledor que provocaba semejante visión en aquellas gentes. Los españoles eran pocos, pero su presencia causó estragos en la población indígena. Aquellos hombres se adueñaron de tierras que no les pertenecían, de riquezas que no eran suyas, impusieron leyes, costumbres, idiomas y sobre todo creencias ajenas a los habitantes de América, convirtiendo en esclavos a buena parte de la población.


Muchos dicen que no hay conquista sin sufrimiento, otros dicen que el dolor causado era inevitable. No lo se. Yo creo que Lucas, a esas alturas ya sabía que el ansia de poder es un arma devastadora y que aquellos tipos que conoció en la ciudad Trujillo huían para ser ricos, y en su huida el deseo fue transformando sus espíritus en una mezcla de valentía, barbarie y temeridad.