21 ago 2009

El origen de Lucas

No siempre sucede, pero a menudo los libros surgen de un cúmulo de casualidades. Hasta hace unos cuatro años yo era algo así como un poeta despechado, es decir, un poeta al que la poesía había dejado de querer. Comencé mi andadura literaria con un libro de poemas que publiqué con apenas 23 años, se titulaba “De la memoria Anclada”, con ese libro se iniciaba una nueva colección poética que la Diputación de Cáceres denominó: “Poesía Pereros”. El libro tuvo el recorrido propio de un libro de poesía, es decir, escaso. Pero la Diputación de Cáceres apostó con fuerza sobre el grupo de poetas jóvenes al que pertenecía y, gracias a ello, tuve la suerte de participar en numerosos recitales poéticos por toda la provincia de Cáceres. De la mano de la Diputación, aparecíamos (yo y tres o cuatro poetas más) en los sitios más insospechados para leer nuestros versos y alegrar, o terminar de estropear, cualquier velada cultural. Quiero decir que servíamos tanto para un roto como para un descosido, si se entregaba un premio literario ahí estábamos nosotros, si se homenajeaba a un poeta local nosotros le respaldábamos, si eran las fiestas del pueblo, nuestros recitales eran el contrapunto adecuado para compensar el exceso de toros y borracheras. Debo confesar que lo pasábamos en grande y que mi mochila y la del resto de los poetas ambulantes: Kiko Carmona Camarero, Teresa Guzmán, Victor Parra… estaban repletas de anécdotas y vivencias de aquellos días.





Un par de años después, de nuevo la Diputación de Cáceres, realizó una serie de pliegos en la que se mezclaban la poesía y la pintura. En mi caso el pliego iba en colaboración con el pintor Hilario Bravo.




Como curiosidad os mostraré además la versión que el cantautor Nando Juglar hacía de uno de los poemas que aparecían en el pliego anterior, y que incluyó en su disco: Extremadura Música y Poesía. Puedes escucharla si pulsas aquí.

Tras una larga travesía en el desierto, en donde colaboré en algunos periódicos y revistas, la literatura volvió a pasar a mi lado en forma de cuentos infantiles. Rosa Terrosa es un libro al que le tengo especial cariño, no seré yo el que hable de sus bondades, pero es verdad que tenía algo que enganchaba fácilmente a los más pequeños.


Ya sé que ayudaron bastante las ilustraciones de María Polán, pero el suceso fue que el libro fue pasando de boca en boca, y llegó a oídos de colegios distantes y de lectores distintos. Algunos de esos colegios, impulsados por ese boca a boca, me invitaron a acudir a sus aulas para hablar con los alumnos del proceso de creación y todo lo que conlleva. Cuando recitábamos poesía, desde el atril a menudo éramos conscientes de que el auditorio no se estaba enterando de nada, la poesía no siempre está diseñada para ser recitada en alto, ni está hecha para todos los oídos, sin embargo un auditorio de niños es otra cosa, ahí la imaginación fluye libre, si no les gustas se aburren y te lo dicen, y si eres capaz de conectar con ellos, tienes el triunfo asegurado. Eso fue lo que me pasó en uno de los colegios a los que fui invitado tras publicar Rosa Terrosa, se trata del >Colegio Manuel Pacheco de Badajoz . Antes de acudir, su directora, Maribel Rodríguez, me puso en guardia respecto a las peculiares condiciones que rodean a ese colegio: está situado en un barrio marginal, con un alto porcentaje de delincuencia, mucho abandono escolar y escasa concienciación cultural en las familias. La primera vez que fui pensé que la profesora se había excedido en sus precauciones, a la luz del día el barrio de “Suerte de Saavedra” no deja de ser un barrio más o menos normal, sin embargo nada más entrar en el colegio, otra profesora me relató un tiroteo que se había producido en las puertas del colegio la tarde anterior, con lo que entré en las aulas…, como lo diría… un poco acongojado.

Un niño es un niño, aquí y en Tombuctú, da igual que sea gitano, o payo, si le cuentas un cuento y le gusta, sus ojos se abren y su curiosidad se espolea. Algunos, los más duros, tardaron más en caer en mis garras, los otros, los más predispuestos, no se soltaban de mi pantalón. Llegué a casa exhausto, porque lo que yo imaginaba como una charla de una hora a un grupo de escolares, se había transformado en un diálogo personal con cada uno de los cursos del colegio. Cuando regresé, traía un buen cargamento de dibujos y de marcapáginas que realizaron aquellos chicos, y que yo guardé adecuadamente en mi cofre del tesoro.

A las pocas semanas recibí una nueva llamada de la directora del colegio. En este caso el asunto era distinto. Maribel me proponía una idea: ¿Por qué no utilizaba a Rosa Terrosa, con quien los chicos estaban familiarizados, para que, a través de ella, les mostrase diversos aspectos geográficos y culturales de nuestra región? Ellos podrían localizar leyendas o recetas de cocina y mandármelas por correo, mientras yo las hilaba y construía con ellas una historia.

Todo lo que llevo escrito hasta ahora, me sirve para argumentar el primer motivo por el que me decidí a escribir: Los viajes de Lucas Ventura.

Paralelamente, quizás un año antes, acudí con mis hijos a una curiosa exposición, de esas que organiza la Junta de Extremadura para promocionar a la región por diversos lugares, y que en este caso tenía la particularidad de que se celebraba en un tren, aparcado para la ocasión en la estación de Cáceres. La muestra no era nada del otro mundo, pero ante una pregunta de mi hija pequeña, por mi mente estuvo rondando una idea sobre Extremadura que al final plasmé en una especie de poema, de esos que uno escribe y que se quedan reposando el sueño de los justos en algún cajón. En ese poema Extremadura tomaba vida en forma de una niña pequeña, y hablaba…

A mí me vino a la mente ese poema cuando Maribel me llamó por teléfono. Pronto supe que podía escribir una historia en la que esas dos ideas solitarias se enlazaran, pero no sería Rosa Terrosa la protagonista, ni habría recetas de cocina, ni leyendas, sino las aventuras de un chico algo más mayor, al que llamaría Lucas Ventura, y que, por extrañas circunstancias, era capaz de aparecer en alguno de los momentos más singulares de la historia de Extremadura.

Los chicos del colegio de Badajoz me enviaron meses después la visión que ellos tenían de aquellos viajes de los que les hablaban sus profesoras. Los podéis ver aquí.

Yo creo que conocer nuestra historia es conocernos a nosotros mismos. Que escuchar hablar de nuestros logros y de nuestros fracasos, no diré que es necesario, pero sí conveniente. No soy historiador, incluso, es posible, que la palabra escritor me venga grande, pero creo que el enfoque que tiene la obra, en la que he invertido mucho tiempo en estos dos últimos años, puede resultar atractivo para un buen número de lectores.

Como es lógico, el proceso de documentación al que tuve que recurrir para escribir la obra fue demasiado amplio y complicado. Una de mis mayores preocupaciones consistía en no incurrir en errores históricos o, al menos, en mitigarlos. Para ello no escatimé en viajes y reuniones con quienes pensaba que me podían aportar algo esclarecedor para la trama: monjes, historiadores, aficionados, cronistas….

El objetivo a la hora de abrir esta bitácora es doble: Por un lado aportarle al lector información adicional sobre cada uno de los capítulos que conforman el libro: anécdotas, curiosidades, bibliografías… por otro, mi compromiso de que esta plataforma sirva de contacto entre el autor y sus posibles lectores.

Ilusionado, como un mago que presiente la llegada de la magia, declaro abierto oficialmente el diario de “Los viajes de Lucas Ventura”. ¿Me acompañáis?

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